Es una colección de historias cortas que comienzan en la Alemania pre-Nazi de 1930 y llegan hasta 1933. Calificadas como George Orwell como "brillantes escenas de una sociedad en decadencia", es una oda de unas escasas 220 páginas a los personajes con los que Christopher se cruzó durante los días que pasó en la hedonista ciudad germana.
"Soy una cámara con su obturador abierto, pasivo, grabando, no pensando. Grabando al hombre afeitándose en la ventana de enfrente y a la mujer con un quimono lavándose el pelo. Algún día, todo esto será revelado, cuidadosamente impreso, fijo."
La trama resulta casi inexistente, y son los carismáticos y, en cierto modo, provocativos para los cánones de la época, personajes los que llevan la voz cantante y a quienes les corresponde la difícil tarea de mantener al lector interesado. Lo que cumplen con creces. Por un lado está, Sally Bowles (¿No os suena el nombre?), una camarera un poco ligera de cascos que quiere ser... Redoble de tambores, por favor... Lo habéis adivinado, ¡actriz!, y una casera que alquila habitaciones para sentirse menos sola. Por otro, una chica judía que sueña con irse a París, estudiar arte y enamorarse, además de una familia alemana normal y corriente cuyo hijo, un viva la vida de cuidado hace de gigoló para ganarse unos marcos y poder pagarse sus vicios, y por último un pobre hombre que sufre de mal de amores porque está coladito por ese chico.
Que Isherwood tiene cariño por esas personas se nota en cada página y en cada línea escrita, y es gracias a eso, y a su estilo, elegantemente decadente y siempre correcto, que momentos ordinarios de la vida diaria de los personajes, sin ningún atractivo especial aparente, se convierten en instantáneas dignas de guardar para la posteridad.