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jueves, 29 de octubre de 2015

27 años, 27 libros

Hace exactamente 44 años, Winona Ryder ponía pie en este, nuestro planeta, y hace 27 aterrizaba yo. Por aquel entonces aún desconocía cuanto tendría que esperar hasta poder coger un libro y cuanto más hasta poder hacer algo más con él que sujetarlo. ¡Qué momentos de nervios y desesperación!


Cuando por fin eso sucedió y a medida que iba creciendo hacia arriba a una velocidad de vértigo, descubrí que mis tres pasiones en aquellos momentos eran los Power Rangers, jugar al fútbol y "Cuando Hitler robó el conejo rosa".

Mis gustos fueron cambiando (Demos gracias por eso) y, en plena revolución hormonal, Will hizo que me subiera la temperatura con su sexy dominio del lenguaje en "Romeo y Julieta", me dijo cuatro palabras bonitas y yo, de tonta, me dejé camelar y le dije "Vuestra merced, tomadme. Hacedme vuestra".


Viví el sinvivir de Miki y Yuu en "Marmalade Boy", era la primera en la librería para poder hacerme antes que nadie con cada nuevo "Harry Potter" con la única intención de poder amenazar al resto de compañeros de clase con espoilearlos si en el recreo no compartían su bocadillo de Nocilla conmigo, y me volví una loca de los superhéroes que se enganchó a "Superman". Ya, ya, yaaaaa. Que si es el superhéroe más aburrido, que si la gente es tonta por no descubrir la identidad secreta de Clark, bla bla bla.


Entre sonetos, tíos cachas en mallas de colorines y Los Serrano versión manga antes del 1+1 son 7, llegaron mis 16 y con ellos una tontería y rebeldía que era para darme dos bofetadas. Aclaración: Mi idea de rebelde era Avril Lavigne, que es como decir que Britney Spears es símbolo de la liberación femenina o algo así. Con eso lo digo todo. Durante estos años, por si fuera poco, dejé de leer porque era una actividad tirando a poco guachi y tenía muy poco de rock 'n' roll.


¿Qué os dije? Que era para darme dos sopapos. A mano abierta. La excepción fue "Neon angel: A memoir of a Runaway", que cumplía con todos los requisitos exigidos.

Entonces, los astros se alinearon y llegaron Fredy y Sofia. Sofia y Fredy. Juntos pero no revueltos. Ubiquémonos. Segundo de Bachillerato. Grupo B. Clase de lengua y literatura. Profesora, Josefa. Lectura obligatoria: "Romancero gitano". En los cines, Sofia Coppola estrenaba Lost in Translation. Eso me redirigió a sus vírgenes suicidas y después a las de Eugenides. Pongo fin a mi sequía lectora y da comienzo un frenesí sin parangón de lecturas que volvieron a hacer aumentar mis miopías. Yo y mi oculista decimos "¡Wiiiii!"


La llegada de la edad en la que por fin salía de la patria potestad de mis progenitores, podía darme legalmente a la bebida, ejercer mi derecho al sufragio activo y jugar al bingo con la tercera edad, la celebré con una "Anna Karenina" que me llegó envuelta en papel de regalo. Party hard!


Y así, sin darme cuenta llegó el momento de irse a la universidad, y vivir sola, y hacer locuras, y hacer guateques, y vivir una amalgama de noches de de desenfreno y descontrol. Con mi pijama de cuadros. Y mi mantita. Al lado del radiador. Y SIN HORA DE IRSE A DORMIR. Todo muy destroyer.

Ay, aquellas juergas universitarias...

Durante esos años en los yo de lunes a domingo era Lindsay Lohan un viernes, "El manantial" se convirtió en mi biblia personal, "El principito" en mi mantra y "Bridget Jones", mi guilty pleasure. Descubrí que, como Holden, quería ser también "El guardián entre el centeno", saqué tiempo para leerme tres veces "En el camino", que será siempre el libro que querré haber querido pero que nunca querré, y los jueves noche jugando a los personajes me los recordará "La insoportable levedad del ser" de, un desconocido para mí por aquel entonces, Milan Kundera, a quien yo creí una despampanante modelo italiana (¿Me vais a negar que su nombre no suena a alguien que haya desfilado en varias Fashion weeks y que haya salido con DiCaprio?). A toda esta etapa de desmelene puse punto y final leyendo el que se convertiría en mi libro favorito of all time, "Al faro".

Entre medias, con 18 años, 10 meses y 3 semanas, hice mi primer viaje sin supervisión adulta a Amsterdam, con la obligatoria charla materna previa y lectura de la cartilla de rigor. Dos noches, entre la ida y la vuelta, pasamos en El Prat haciendo escala, largas para unos, cortísimas para mí devorando "A sangre fría". Un par de años después y ya con unos cuantos viajes más en mi mochila, me fui a Oxford con una maleta y volví con dos cargada con muchos libros. Allí me pasé los, hasta ahora, 30 mejores días de mi vida practicando el gafapastismo haciendo cosas como leer en los jardines de Christ Church "Alicia en el país de las maravillas", yendo a ver obras de Will representadas en colleges o bebiendo en los pubs hasta terminar con una jarra de cerveza a modo de sombrero... Wait, what?


Ya con un título universitario bajo el brazo, inicié una tormentosa relación de amor-odio con Elizabeth Wurtzel y su "Nación Prozac" que fue un punto de inflexión en mi vida. La cambió de arriba a abajo y marcó un antes y un después. Hubo tanto drama en el medio, que reíros de The L word. Después apareció Sylvia, quien se convirtió en la mujer de mi vida con "La campana de cristal" y, "Bruce" y yo habíamos pasado ya tantas cosas juntos que nos volvimos Batman y Robin.

Mi ferviente pasión por Will parecía que se había quedado en mis años de instituto, acné y malas decisiones en lo que a ropa se refiere. Nos habíamos distanciado y habíamos perdido el contacto, pero me volvió a hacer ojitos con "La tempestad", casi una década después, y ahora vivimos una segunda luna de miel y somos como esas empalagosas parejas que nadie aguanta porque no dejan de decirse ñoñerías.

Lo sé. Asqueroso.

Ya más recientemente, Caitlin Moran y su "Como ser mujer" (Caitlin, I love you!), despertaron mi lado feminista militante las veinticuatro horas del día, he prometido terminar "Los miserables" cuando Murakami gane el Nobel y me encanta como adorna y embellece "Ulises" mis estanterías sin tener intención de leerlo algún día. Hace poco experimenté el amor a primera vista con "Carol", pero espero que no sea la última vez y todavía me espere algún flechazo más en ese libro que aún me falta por leer. 

lunes, 19 de octubre de 2015

"La niña del faro" de Jeanette Winterson. Cuéntame una historia, Pew.

- Cuéntame una historia, Pew
- ¿Qué historia, pequeña?
- La historia del oscuro secreto de Babel.
- Era una mujer.
- Siempre dices eso.
- Siempre hay alguna mujer en alguna parte, pequeña; una princesa, una bruja, una madrasta, una sirena, un hada madrina, o una tan malvada como hermosa, o tan hermosa como buena.
- ¿Es esa la lista completa?
- Está también la mujer a la que amas.
- ¿Quién es?
- Esa es otra historia. 


Dentro de los libros que me gustan están, los libros que me gustan, a secas, los libros que me cambian la vida y los libros que me gustan tanto qué no sé expresarlo con palabras y los que me gustan porque me parecen una genialidad y viva la madre que los parió. "La niña del faro" se va de cabeza esta última categoría.

En la contraportada del libros dice el señor editor que si alguien busca una autora contemporánea que tenga la fuerza de Virginia Woolf, la Winterson es la muchacha que busca.


 Ante semejante declaración no puede poner los ojos en blanco y soltar un "Veeeeeenga, chao" mental. Virginia es una de las diosas del Olimpo, y comparte cumbre con Sylvia (Plath) y Will (Shakespeare). Cualquier comparación de alguien con ella hará sacar mi parte más escéptica. 

Con el libro a medias tuve que tragarme mis propias palabras porque la comparación me parece más que justa y legítima y me pillé a mí misma, más de una vez, reconociendo que nadie me había emocionado tanto con la forma en la que Jeanette maneja el lenguaje, con mucha personalidad, ingenio y destreza, como en su momento lo había hecho Vir con su "Al faro" o "La señora Dalloway". Palabrita.

Esta es Jeanette en su casa después de lo que acabo de decir.

No es la historia lo importante. Es cómo está contada la historia. Boquiabierto y ojiplática sigo, dos semanas después de haberlo terminado, ante esta maravilla de libro que huele a brisa marina y sabe a mar.

Esta vez no pienso contar de qué va la historia, presentaré a los artífices de la misma para que os engatusen y os animen a leerlo.

En el eje central de la historia, donde está el faro que tanta relevancia tiene en esta historia, está el cabo de la Ira.
"El cabo de la Ira. Coordenadas en la carta náutica: 58º 37,5ºN, O.
Ahí está. La punta tiene una altura de 184 metros. Agreste, magnífico, imposible. Refugio de gaviotas y de sueños."

Del faro y de la linterna que arroja un haz de luz cada 4 segundos, se encarga Pew, nuestro farero ciego. 
"Pew era sencillamente Pew, un viejo con un montón e historias bajo el brazo, y una forma de freír salchichas que hacía que la piel se engrosara como un casquillo de bala, y a la vez era también un brillante puente que podías cruzar y que, al mirar atrás, te dabas cuenta de que se había desvanecido. Era y no era. Ese era Pew. Algunos días parecía haberse evaporado, fundido en la espuma que azotaba la base del faro, y otros días era el faro mismo. Ahí estaba, con la silueta de Pew, la calma de Pew, coronado de nubes, ciego, pero era la luz que nos iluminaba."

Nuestra encantadora narradora es Silver, una niña huérfana que se queda ensimismada con las historias que le cuenta el viejo farero.

"Los iguales terminan por juntarse. Digan lo que digan sobe los opuestos, los iguales se atraen. El caso es que hay gente distinta, eso es todo. Yo me parezco a mi perro. Tengo la nariz respingona y el pelo rizado, las patas delantera (es decir, los brazos) más cortas que traseras (esto es, las piernas), de modo que existe cierta simetría con mi perro, que es igual pero al revés." 

"Tú no eres como los demás niños. - Decía mi madre -. Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio. 

El protagonista de las historias de Pew es Babel, Babel Dark.  
"En algunos aspectos, Babel era como aquel faro. Solitario y reservado. Arrogante sin duda, encerrado en sí mismo. Oscuro. Babel Dark, la luz jamás se prendía en su interior. Los instrumentos estaban en su sitio y perfectamente lustrosos, pero la luz no estaba encendida."
Pero su historia no se entiende sin la de Molly. 
"Molly era una joven tímida, y Babel era sin duda el mozo más apuesto y rico de los que se pavoneaban por el puerto. Primero Molly dijo que no, luego dijo que sí, después volvió a decir que no y, una vez empaquetados y contados todos los síes y los noes, quedó establecido por un escaso margen que iría al baile."
Últimamente estoy así como muy a tope y no dejo de encontrarme libros que me parecen, cada cual, mejor que el anterior. Y es que si no habéis leído todavía a la Winterson, de verdad que no sé qué estáis haciendo con vuestras vidas.

 

lunes, 5 de octubre de 2015

Calle Wallaby, 42, Sidney.

Tengo buena memoria. De elefante, casi. Y es en ese casi que me falta para que mi memoria sea la de un paquidermo donde las lagunas se suceden. ¿Y qué naufraga en ellas? Pues cualquier cosa que tenga una mínima relevancia trascendental para mi vida y/o para la de los que me rodean. Y lo que es todavía peor que no acordarse de la cita que tenía en el oculista el lunes pasado... No soy capaz de acordarme de qué narices van los libros una vez los termino y pasan un par de semanas.


Para echarse a llorar y no parar. Puedo acordarme de frases, diálogos, de un personaje concreto, de una escena, de una sensación, o incluso de qué estaba escuchando o comiendo (¡comiendo!) mientras lo leía. El nivel de utilidad de mi memoria está en números negativos... Pongamos un ejemplo para ilustrar esto. Sé que me leí, hace ya siete años, Anna Karenina de cabo a rabo escuchando Horses de Patti Smith en bucle, pero mi memoria de Dory (calle Walabi, 42, Sidney) me impide recordar por qué tanto follón con el Conde Vronsky y Anna.


De sacrilegio para arriba. Un dramón y una tara con la que cargo desde el día que vine a este mundo. Aunque a día de hoy podría salir airosa de esa pregunta porque hace apenas 48 horas que acabo de ver a Keira embutida en un corsé (por enésima vez) a las órdenes de Wright haciendo de Anna, ese no es el caso. Esto es serio. Muy serio. Necesito un abrazo.


Gracias. Ya me siento mejor.

Puedo contestar un básico ¿Te gustó el libro X? Sí/No/Meh. Pero si alguien pretende entrar en una conversación más profunda... ¡Madre del amor hermoso! ¡Voy a quedar con toda seguridad en evidencia!


Parecerá que no lo he leído o que sólo estoy de postureo diciendo lo mucho que disfruto yo con las obras de Will Shakespeare pero sobre las cuales no soy capaz de estructurar una opinión que vaya más allá del "I <3 Hamlet" o "Othello me parece asgfhdsajfd". Y eso queda mal. Y raro.


El adolecer de esta amnesia galopante fue la principal razón por la que empecé a darle a la relectura. Y bien fuerte además. A tope. Sin moderación alguna. ¡Hay que darle un poco de alegría al cuerpo!


La idea detrás de este nuevo hábito (muy malo para la lista de pendientes, que no da bajado la condenada), era que si me leía un libro varias veces, en algún momento tenía que comenzar a recordar de qué iba. LÓGICO. Pues no. La lógica es algo que no se aplica en mi vida y no hay manera, leñe. Pero esta vez, en lugar de frustrarme por mi limitada capacidad memorística para el asunto, he aprendido a aceptar y a querer a mi amnesia literaria y os diré lo petadora que es. Abrochaos los cinturones.

Primero, me permite volver a leer un libro como si fuera la primera vez.


Y segundo, parto con la ventaja de que ya sé que el libro me gustó. ¡Ja! A la mierda los rabos de pasas. Mi memoria mola y la vuestra no.


Como recuerdo ciertos pasajes, sensaciones y pensamientos, tengo lo importante conmigo. De la historia, en cambio, ni pajolera idea. ¿Y me importa? Nop. Me la refanfinfla, para ser sinceros. Descubro el libro de nuevo y a la vez lo redescubro. Es como si cambiara, pero sigue siendo el mismo. Magia potagia, chicos. 


Aunque, antes de que os enganchéis como yo a la relectura, me siento en la obligación de informaros de que es una actividad de riesgo y no todo es un camino de rosas. Hay que saber que no todos los libros sobreviven a un relectura y otros que tienen un límite que no hay que sobrepasar. Saber cuando hay que dejarlos vivir en paz no es fácil, y el peligro de que el libro quede relegado a la balda esa de la estantería donde están los fiascos, está siempre a la vuelta de la esquina. Pero, yo, que a veces en pleno invierno gallego me aventuro a salir de casa sin paraguas, disfruto viviendo al límite.